Joaquín Santa Clara 2 noviembre, 2016 Opinión | Sociedad
Es una sociedad en la que prima el consumo desmedido, la insolidaridad generalizada y la frivolidad con la miseria y las masacres de pueblos arrasados.
La conciencia del ser humano se ha impregnado de una vara de medir con unos parámetros y objetivos egocéntricos y egoístas
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L a corrupción es la constatación del fracaso de la organización social de la humanidad basado en el crecimiento.
Buscando y removiendo desde todos los ámbitos, el proceder del hombre y su compromiso con la vida se ha ido diluyendo en una constante evolución de la banalidad. La conciencia del ser humano se ha impregnado de una vara de medir con unos parámetros y objetivos egocéntricos y egoístas.
Desde lo más profundo del ser, y desde sus primeros pasos en su vida, prima lo fútil sobre lo trascendente, sin fomentar el pensamiento y la reflexión como las líneas esenciales en el desarrollo de la persona.
Así, y sin distorsión social alguna, se llega al momento actual donde prima la tenencia sobre la sabiduría, la apariencia sobre la realidad, la mentira sobre la verdad y la intransigencia sobre la tolerancia.
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El fin justifica los medios
La maldad más perversa escrita en la Historia de la humanidad. La idea de crecimiento sostenible ilimitado es precisamente lo más insostenible de defender argumentalmente. Vivimos en un planeta de dimensiones y recursos inmensos pero consumibles y susceptibles de agotamiento. No es posible el crecimiento que los agentes organizativos del mundo.
La Tierra no se puede agrandar a nuestro deseo. Cada muestra de crecimiento en una zona del planeta no significa más que el decrecimiento de otra. Es la guerra permanente, continua, desoladora que produce los miles de miles de miles de masacres silenciosas y que se tolera frívola e insustancialmente.
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Prima la insolidaridad generalizada
La reflexión debe invadir la conciencia de la persona modificando su conducta radicalmente, comprometiéndose de manera personal con la asunción de la verdad y actuando en consecuencia.
Solo es posible erradicar la epidemia tratándola desde su raíz. Es una sociedad en la que prima el consumo desmedido, la insolidaridad generalizada y la frivolidad con la miseria y masacres de pueblos arrasados.
El compromiso sine qua non con la supervivencia del planeta y todas las formas de vida que habitan en él es esencial e inaplazable. Los efectos ya están en evidencia.
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La importancia de la educación
La conducta del ser humano, su ética, moral, compromiso y fe se labran desde los primeros albores de su vida. Es muy importante que la sociedad actual se estructure y defienda de la epidemia de la corrupción, sin duda, pero su erradicación sólo será posible cuando el ser humano abandone la creencia de una supuesta y continua mejora.
Ese factor hace que la avaricia, la envidia o el arribismo se conviertan en pautas de la conducta. Y esas pautas, que son el origen de la invivible convivencia que hoy está arraigada en la humanidad, se implementan en la educación y formación.
La integridad, insobornabilidad, honradez, rectitud, honestidad, dignidad forman parte de toda ejemplaridad pedagógica y cultural que se preste.