sábado, 10 de diciembre de 2016

Armo y Omar un sinfín de amor



Armo y Omar un sinfín de amor

Armo llevaba tiempo soñando, soñando que un día llamaría a su puerta el amor que desde niña tenía por  Omar, el niño más bueno,agradable,sincero y cariñoso con quien había compartido, casi toda su corta, pero intensa vida. Soñaba, sintiendo la brisa del mar en su rostro cada día, cada instante, cada mañana al salir el sol,  Omar con el,  también salía. El cuerpo le regalaba sentimientos que solos, sin prisa, aparecían, no siempre agradables, por cierto, el ser mujer con ello venía, cambios y más cambios, que el tiempo con ella se cebaban sin indulgencia, ni secular, ni divina. ¿Y como no? en el camino que juntos para ir al colegio recorrían, a  Omar le hacía partícipe de todo lo que le ocurría, y él con ella disfrutaba, sufría, todo con y en ella vivió.Los dos juntos caminando juntos de la mano dándose calor, como cincuenta años atrás ya ocurría.


Sentados en su banco favorito, lo descubrieron una jornada lluviosa de primavera, cuando paseaban cumpliendo con  la exigencia médica de caminar al menos una hora al día. Era parecido, no igual, al que décadas atrás en la aldea, bajo la sombra de un higuera, se habían amado, ayudado en los deberes escolares, y compartido todos los sueños inimaginables que habían simbolizado en él. El banco de madera rústica, desvencijado por el paso del tiempo, y colocado en aquel lugar por algún poco adiestrado urbanista. El hecho es que como perspectiva única y rematadamente desasosegante, era la de la parte trasera de la cueva artificial de Petra y Perico , dos osos pardos de los Picos de Europa que en el Campo de San Francisco ofrecía la ciudad de Vetusta a sus visitantes.

Poco a poco, día a día Omar fue reparando con maderas que le regalaba el dueño del aserradero, aquel mobiliario urbano en una atracción más del parque. Omar, había sido minero, posteador para más precisión, y eso y destreza era lo  que con un  dos  hachas y una zuela, hacía con un buen tallo de madera.
Así renació el banco de los recuerdos.
Omar, siempre estaba alabando la obra que habían hecho ᅳ la jaulaᅳ  para que los oseznos de Somiedo estuvieran guardados. Sin embargo Armo, era más partidaria de cómo estuvieron al inicio cuando llegaron, que estaban amarrados con unas cadenas, con una longitud considerable que les permitía tener un recorrido circular, y con más libertad.
Los oseznos son y tienen una presencia y actitud tan tranquilona y aparentemente pacífica, que los hace peligrosísimos, sobre todo, para los niños. Este era el argumento principal de Omar, sobre todo desde que incluso estando ya recluidos en su jaula, un pequeño, se quedó sin un dedo, en un manotazo de uno de ellos.
Los capitalinos de Vetusta, cogieron un gran apego a aquella pareja de cachorros. Pero los vecinos de Somiedo, no verían con tanto cariño a los hermanos huérfanos. Según la historia que Omar contaba y re-contaba, con versiones alimentadas más en su creadora mente, que de lo que en realidad, le había transmitido un familiar del protagonista del incidente, en su última versión, la coincidencia era una mera casualidad. Lo que se puede considerar un hecho constatable, es que a un pastor de Somiedo le atacó la madre de los oseznos, y que a pesar de que el sufrió heridas de consideración, logró zafarse de la osa a la que  terminó, matando.
Esto supuso lógicamente, que las dos crías se quedaran huérfanas, con lo que enterados en Vetusta, un grupo de pioneros en la defensa de la naturaleza, recogió a las crías y se las bajaron a la capital, donde no sin pocos impedimentos, consiguieron emplazar a los oseznos, en el Campo de San Francisco. Algo así, como el santuario natural del puro centro de la ciudad.
Armo y Omar, formaron parte desde el inicio de la acogida de Petra y Perico, y se sentían en la obligación de vivir en continua vigilancia por el bienestar de los dos hermanos. Sin duda Perico y Petra, Petra y Perico, fueron un acontecimiento de dimensión considerable, siendo adoptados por los ciudadanos con un enorme orgullo, y propiciaron que cientos, sino miles, de personas, fueran diariamente a visitarlos.
Entonces, el Campo de San Francisco era un zoológico en miniatura situado en el centro de la ciudad: había una jaula para pájaros, ciervos, el estanque se dividía en cascadas y las ardillas y las gallinas de La Guinea correteaban a su antojo por el verde, los pavos reales con su esplendor, pero Petra y Perico fueron la revolución del Campo de San Francisco. Y con ello la felicidad de nuestro protagonistas Armo y Omar, que si ya sentían el Campo como el único sitio que les permitía, vivir un poco el ambiente rural.
Entorno donde nacieron, se enamoraron, crecieron y vivieron, hasta que la silicosis de Omar hizo que tuvieran que acercarse a vivir lo más cerca posible del Instituto de Silicosis, el hospital que cuidaba de la salud de los mineros y otros afectados.

En esta cuestión estaba, la continua disputa, incesante pero divertidisima, para el gran grupo de jubilados que ocupaban el parque,  no tanto para Omar que perdía siempre. Sobre todo, cuando ella le atinaba decir que quien lo hubiera querido más que ella, que había dejado la burra en la aldea para acompañarle. Razón que no olvidaría jamás, y que encabritaba mucho a Omar. Todo teatrillo barato para reír un poco todos.

Las risas eran escasas y hasta a veces caras. Eran principios de la década de los 50 y aún estaban muy a flor de piel, consecuencias, heridas, pérdidas y necesidades básicas para sobrevivir. Todo estaba marcado, hasta el uso de Campo de San Francisco, tenía horarios y guardas que lo hacían cumplir a rajatabla.

Pepin, uno de los guardas equipados con uniforme panado, cinturón ancho de cuero, hebilla con la simbología franquista, una porra y un pito. ¡Ah! Y un reloj de bolsillo, que era el que marcaba la hora oficial de España en sus dominios, lo dijera quien lo dijera, su hora era su hora, y a pan pedir.

Ya se notaba el sol en lo más alto, señal que indicaba el final de la mañana. Pronto llegaría Pepín o su compañero, pito en ristre, soplando como un descosido y gritando, fuera, fuera, que ya es la hora. Cuantas y cuantas veces Armo y un beso conseguían que Omar que era todo nervio y carácter, no se hubiera  enfrentado a él, como decía «a esti pongolu yo en su sitiu, me c… en la m.. que lo p…..Será H… de P…..». Armo con toda su sabiduría y templanza femenina, lo iba llevando del brazo, y convenciendo, que no merecía la pena,….y antes de llegar al medio paseo del bombé ya estaba en ristre otra vez, y ya empezaba con su galanteo zalamero «siempre me traes por aquí, vienes del brazu miu, porque el tango mejor bailao en todo Vetusta y alrededores los bailó el, titi, aquí, aquí triunfó el titi. Pasiones levanté, pasiones»

Entonces con voz socarrona, ya pasado el calentón, pensaba Armo «ya estaba el babayu aquel, echando flores pa el, por unos aplausos que estaban claros que eran pa mi». Caminito, caminito, para la residencia donde estaban, que tenían que descansar, que Omar tenía otra prueba de Oxígeno, y había que madrugar. Y agarrándose del brazo de Omar, ya comenzaba el cantar, como ye que tabes diciendo que bailand…..

Y así se fueron con su cansino pero constante caminar,un día mas vivido, un día más a contar.




Barquillero.

Al día siguiente, como decíamos ayer, algo no estaba bien, en la jaula de Petra y Perico. Perico se cayó, varias veces del techo de la cueva, haciéndose realmente daño, y daño que Petra aprovechaba para zurrarle un poco más. No había ningún sentido solidario entre los dos hermanos. Mantenían una clara disputa por el dominio de su hogar. Pero que les faltaba? Les faltaba el cariño, el saludo, y la presencia de Armo y Omar. Ambos estaban en el Hospital. En el Instituto de Silicosis, donde seguro que Omar estaba recibiendo de su especialista el roncón, como el decía, sobre las costumbres que en nada beneficiaban su estado. El paquete de caldo al día, con el café, copa y farias, después de comer, jugando la partida. Esto era innegociable para él. Su repetida respuesta a los especialistas de pulmón y corazón, siempre acababan con la misma frase de Omar. «Vamos a ver home de dios, nunca perres mas tiraes fueron que mandate a estudiar meicina, pa venir a icime,que meyoro sin fumar un pitin y beber una copa. Anda sigue leyendo el llibru de meicines que alguna seguro que me cura, pero claro tu con jodeme el farias, arreglao»

Mientras eso sucedía, Petra y Perico, que siempre, o casi siempre, andaban a la gresca, no se tocaban, andaban en círculos alrededor de la jaula, y cuando se volvían a cruzar, emitían una queja sonora, que incluso hizo que los incansables jugadores de bolos, dejasen de jugar, y se acercaron a la jaula, para dar compañía a los oseznos, Cuando se acercaron la docena de jubiletas habituales de las mañanas en el Campo, Petra se incorporó para ver si estaban allí, Armo y Omar, y al ver su ausencia, volvió casi con desprecio, a gruñir escandalosamente y continuar con su caminata en círculo.

Ya no hubo más partidas de bolos durante aquella mañana, todos los amigos que diariamente se juntaban con el propósito de ostentar el grado de ganador, gloria efímera, pero de importancia vital para su existencia. Eran hombres rudos,  ya disminuidos en muchas de sus facultades, después de vidas marcadas por la crueldad de una realidad trágica, de guerra, de posguerra, etc. de muy duros años de trabajo, época marcada por la pérdida continua,  y únicamente por los intereses de otros, bueno de los mismos, los de siempre.
Todos quedaron intentando dar compañía a Petra y Perico, y la conversación versaba sobre la dependencia que los oseznos, habían desarrollado por la ya cada vez más derrengada pareja. Omar se veía cada día que pasaba, que su deterioro avanzaba imparable, y con él Armo, que no se la podría figurar sin el brazo de su amor, a su lado.
El banco desocupado daba una sensación de vacío que aterraba. Nadie se acercó a él en todo el día. No estaban los que atesoraban el derecho de uso, y aquella mañana quedó libre y frío, como si el mal presagio envolviese el rústico emplazamiento del Campo. Se fueron con tristeza interior, cada uno para su casa, quedando Petra y Perico, con la suya en su jaula.
A la alborada siguiente, todos llegaron con la ilusión de ven en el banco a Omar y Armo, pero quedaron helados con el espectáculo que se encontraron, un sencillo ramo de flores, con una cinta color malva, y una difícilmente legible nota decía, al amor de mi vida, confirmaron lo que no querían aceptar el día anterior. Omar no volvería a ser el centro de gravedad de rincón de los sabios. Se había ido para siempre. Y con él Armo, que ya nunca más fue vista por ninguno de los jubiletas. No llegó al mes, recibían la noticia de su partida con Omar. Eso ya lo sabían. No se habían separado un solo día desde que había acabado la guerra, ¿Como iba ella a luchar en contra de sus sentimientos?
Sacó el billete de ida, y sin vuelta.
Pepin el guarda, que llevaba una temporada con el pito parado, decía que estropeado, pero todos sabían que también muy afectado, intentando romper un poco con el desolado ambiente,dijo «Ya lo sabia yo, seguro qu'el cabritu de Omar llamola pa que y'acercara el farias» Con una aceptación de echar la culpa a Omar, se cerró la Jornada.

Se cerró la Jornada, y se cerró el objetivo del narrador, sus personajes se han ido y con ellos su finalidad y existencia.


Nota del Autor: meses más tarde Perico apareció muerto en la jaula. Algunos culparon a su hermana Petra, que en uno de sus continuos y guerrilleros juegos le causó la muerte.
Petra sobrevivió hasta el año 1976. Quiso conocer la Libertad del pueblo español, antes de irse. La jaula de Petra y Perico fue destruida y convertido el lugar en un lugar de juegos infantiles, con columpios, etc. El trozo de tierra que sirvió de prisión a dos osos durante más de un cuarto de siglo, se convirtió de esta forma, en un lugar ocupado por la esperanza de nuevas generaciones.


Joaquin SantaClara