Veladas, tres con treinta y tres
Ya son las tres y treinta tres de la madrugada. Una hora mágica para la mente. Dicen que diabólica. Tal vez. Al menos distinta.
Enciendo la luz. Me quedo a solas. Comienzo a escribir. Sin duende, sin sentido.
Claro que has tenido que descansar de la jornada, nunca libre de luces y sombras, como ocurre en y todos los ámbitos de nuestra existencia terrenal. Empiezo a cavilar, en mis dos «etéreos compañeros». Son los que ya se fueron, y se quedaron, como estigmática presencia, para acompañarme y hacerme el andar el último trecho de la senda, más acogedoramente. Trasgu, es un duende que sobrepasa con mucho los 25 siglos de existencia. Venturin, no. Venturín vino a la vida a paliar y robarle un poco de tiempo al tiempo, para mi. Consiguió hacer un paréntesis en mi vida. He sido afortunado con su presencia, silenciosa, precisa y consiguiendo por momentos dar algún sentido a una vida sin interés, ni derrotero alguno.Veladas
Pues es la hora. Hora mágica. Aunque la magia se la voy a dar a Trasgu. Me las lió de todos los colores durante todo el día. Están los dos hablando de mi. Es muy escabroso, oír que es lo que otros ojos ven de ti. Que parte de tu persona causa interés en los demás. «Trasgu, como amigo eres majestuoso, pero como te enfades, acabas con la paciencia de un santo». Venturin,como siempre, aportando al debate espiritual, el sentido común, la ética, el amor. Espíritu libertario.Enciendo la luz. Me quedo a solas. Comienzo a escribir. Sin duende, sin sentido. Sin mensaje definido. Solo sentimientos inmersos en un lodazal exorbitante e insuperable. Mañana estaré más lúcido, espero.