Lin en el hospital. El Abuelo está enfermo.
Lin, hoy parece que no viene, llevamos un rato esperando y no aparece.
E mpezamos a discutir si seguíamos esperando un poco o nos íbamos a jugar a la pelota, ya que, tenemos un balón de fútbol, de reglamento. Un lujo que lo podían decir en pocos sitios. De hecho por tener el balón, ya nos habían retado a jugar contra equipos formados por chavales de otros pueblos.
Solo somos siete
En estas estábamos, cuando nos dimos cuenta, que no eramos 11, solo eramos siete, y no teníamos campo para jugar. Así se nos fue yendo el tiempo y cuando ya empezaba a caer la oscuridad de la noche, llegó uno los hijos de Lin, que llegaba andando desde otro pueblo, después de salir de trabajar a visitar a su padre. Pero aquel día, no acudía a ver a Lin, tenía que recoger cosas del abuelo, porque al parecer los quejidos que siempre hacía cuando se sentaba y se levantaba, tenían algo mas de importancia que la edad, y lo habían ingresado en el hospital.
Drama
Vivimos una tragedia. Por lo menos, en eso lo convertimos. Todos nos dimos cuenta de lo importante que era Lin para nosotros. Lo queríamos. Ninguno, teníamos abuelos. Prácticamente todos ellos los llevó la guerra. O murieron después a consecuencia de secuelas incurables. Ya nadie se acordaba de ningún partido, ni campo, ni leches.
Lin estaba enfermo, y el que mas o el que menos le pidió a su Angel de la Guarda, que le echara una mano, o mejor las dos.
Cabizbajos
Al día siguiente en la escuela, los niños estábamos tristes y poco participativos, así que Srta. Conchita rápidamente se dio cuenta que pasaba algo. Una vez que se enteró, nos prometió que cuando volviera por la tarde para Vetusta la capital donde estaba en hospital, que pasaría para preguntar como estaba y si podía le daría recuerdos de todos nosotros.
Eso nos alivió un poco. Pero...risas, se oyeron pocas durante toda la jornada.
Puntualidad extrema
Al día siguiente se batió el récord mundial de puntualidad en la asistencia a la escuela. Recuerdo que yo me quería ir una hora antes. Y M. Angel, llamándome desde la carretera. Hasta que mi madre se apiadó de mi, y me dijo "anda vete, que me lloqueais".
Llegamos a la escuela... y como no podía ser de otra forma... cerrada. Lógico ya que era muy temprano. Eso si ya estaba Gelu con sus hermanos pequeños, y al ratín llegaron todos.
Miedo y ...esperanza
Cuando llegó la Srta. Conchita, sentimos miedo y a la vez esperanza. Ella tardó en bajarse del Land Rover que subía a diario el pan y recogía la leche que se producía y vendían los vecinos. Hasta ese momento, yo no me di cuenta que estaba todo el pueblo esperando, para conocer el estado de Lin.
La Srta Conchita se subió a la escalera, para que la vieran, porque era pequeñita. Y soltó aquello de «esta bien, tiene una buena bronquitis, pero sin peligro». Se montó un jolgorio de aqui te espero, quedando patente el aprecio del que gozaba el abuelo.
«Va a estar ingresado por lo menos un mes, pero luego ya lo tenemos, aqui»
Aquel dia de escuela, no hubo escuela. La maestra, se paso el día castigando, castigando, castigando... y nosotros disfrutando, disfrutando, disfrutando.
Leyenda histórica.
En recuerdo de nuestra maestrina,
Maria Concepción Martinez Carralero
«La devoción hecha profesión»